El primer libro de Jesús Carrasco, Intemperie, es uno de mis favoritos, por lo delicado de su prosa, por la historia, pero hoy hablaremos de su novela Llévame a casa. He vuelto a encontrar esa prosa poética, ese lenguaje cuidado que te transporta a los lugares descritos de manera impresionista: Los almeces del centro de la plaza sombrean parcialmente el albero. Cuando él era pequeño, esos árboles eran falsas acacias. En primavera los niños libaban sus flores arracimadas. Un lenguaje plagado de estructuras sencillas y bimembres pero muy cuidadas al mismo tiempo. Aunque he de confesar que el principio de la historia me producía cierto rechazo, seguramente por su protagonista principal, un joven que vuelve de Edimburgo tras la muerte de su padre, puedo afirmar que al mismo tiempo que Juan va evolucionando a lo largo de la historia, evoluciona nuestra sensación con la lectura. La novela aparece plagada de escenas costumbristas (una madre rezando el rosario, un funeral, el comportamiento egoísta de los hijos…y de los padres). Es un libro de sensaciones, dulces y agrias. Con frases casi lapidarias: Una sola balda de un frigorífico puede contener tanto amor como una leprosería de la Madre Teresa o La escasez deviene fácilmente en miseria. Me gustaron algunos guiños al atletismo, a los corredores y otros al buen aceite de mi tierra (concretamente al de la zona de la Laguna de Fuente Piedra). También algunas descripciones sociales son interesantes, como la de los médicos: el médico es el sacerdote, el intérprete de un arcano, el traductor de lo abstruso. Si tuviera que recomendar este libro, lo haría, porque en muchos momentos te provoca la agitación propia de unos comportamientos humanos tan conocidos y cercanos. Un viaje de nuestra intrahistoria en un 4 latas.
Vida en verso
sábado, 29 de enero de 2022
sábado, 18 de diciembre de 2021
La cena
La cena
Joaquina llegó temprano al mercado, quería comprar unas cigalas para la cena. El cordero ya lo tenía encargado desde hacía semanas.
—Doña Joaquina, ¿qué tal?, ¿quién vendrá a la cena esta noche?
—Mi hija, mi yerno y mis nietos, como siempre—contestó con una sonrisa en los labios.
—Como todos los años, ¿verdad, doña Joaquina?
—Sí, como todos los años.
Mientras Remedios veía alejarse a doña Joaquina del puesto, no podía evitar sentir ese pellizco de melancolía al verla marchar otra navidad arrastrando los pies hacia su casa, con la misma inamovible ilusión año tras año.
Todo estaba listo en la mesa, llenó las copas de vino, las fuentes de bombones para los niños y encendió las velas. El turrón no faltaba. Mientras empezaba con las cigalas, su marido Manolo comenzó con los chistes. Qué gracia tenía el puñetero, desde siempre. El cordero olía delicioso y supo mejor. Cómo disfrutaba su yerno de un buen lechal. A los niños les gustaban tanto esas fiestas, no paraban de reír y cantar. Los miraba extasiada, esas caritas sin mascarillas, total si no se iban a contagiar.
Cuando la cena terminó, todos se esfumaron a la hora de recoger, en un abrir y cerrar de ojos, y ella con su caminar pesaroso comenzó a retirar los platos poco a poco. ¡Cuánta comida había sobrado! No iba a tener que cocinar en toda la semana. Guardó los alimentos en envases de cristal, que ella era muy ecológica y no quería nada de plástico, lo hizo con esmero y los colocó perfectamente en la nevera.
Pedro se había tomado unas copas con los amigos antes de ir a casa de su suegra, ¡era Nochebuena! Su mujer le recriminó que llegara tarde, en seguida se dio cuenta de que venía algo achispado. Él la besó dulcemente y le dijo que no se preocupara, que llegarían a tiempo. Pero nunca llegaron, un camión, falta de reflejos, la velocidad, el alcohol, la mala fortuna... Joaquina y Manuel esperaron toda la noche hasta que el teléfono sonó de madrugada. Manuel ya nunca fue el mismo. Se había reunido con ellos hacía dos años, una neumonía bilateral, pero Joaquina lo hacía todas las nochebuenas. Les preparaba la mejor cena que podían imaginar, año tras año, mientras el vecindario emocionado hasta la catarsis asistía a la función con el corazón en un puño.
#cuentosdeNavidad
jueves, 8 de abril de 2021
El infinito en un junco
EL INFINITO EN UN JUNCO
Es el último libro que he tenido la fortuna de leer. Un ensayo sencillo que invita a seguir hasta la última hoja. Reminiscencias de Mary Beard en su obra Mujeres y poder, además de multitud de historias sobre bibliotecas, libros y autoras que te transportan a otra época. Un alegato a la igualdad además de una extraordinaria prosa de Irene Vallejo que muestra una delicadeza propia de la poética. Si tengo que recomendar un libro en estos días tan tristes, es este. Te vuelve reivindicativa en estos tiempos en los que siguen existiendo las mismas ganas de cortarnos la lengua como a Filomela, pero nosotras seguimos mostrando “la misma pasión”.